Un libro bien forrado es un libro bien cuidado
Eso fue lo que nos dijo el jefe de estudios cuando preguntamos por qué había que forrar los libros en el colegio: “Un libro bien forrado es un libro bien cuidado”. Y se quedó tan ancho.
Si tienes hijos en un colegio español, seguramente ni te lo has planteado nunca. Forrar los libros “porque sí” forma parte del ritual de septiembre: un maratón de celo, plástico y tijeras cada inicio de curso. Pero viniendo del extranjero, donde no existe la tradición del forrado, te aseguro que choca bastante.
Se entiende la intención: proteger los libros. Pero curiosamente la norma no dice “debes cuidar los libros”, sino “debes forrar los libros”. ¿No tendría más sentido enseñar a los niños a cuidar de sus cosas en lugar de obligarnos a los padres a forrar los libros? Como si un trozo de plástico barato fuera garantía de algo.
La obligatoriedad podría tener sentido si los libros se reutilizasen o formasen parte de un banco de préstamo común. Pero si los compras tú y son tuyos, ¿qué sentido tiene obligarte a forrarlos? Es como si te obligasen a ponerte funda en el móvil: si se rompe y no llevas funda, es tu problema. La obligación debería ser cuidarlos, y cada persona, bajo su responsabilidad individual, decidir la mejor forma de hacerlo.
Y ya no entro en temas medioambientales… Cuando Greta Thunberg se entere de los metros y metros de plástico y celo que usamos todos los españoles para forrar libros, igual le entra un jamacuco. ¿No se supone que por estas cosas se mueren las tortugas? ¿O solo pasa con las pajitas?
El forrado de los libros parece una costumbre muy arraigada en España que nadie cuestiona. Pero, ¿realmente responde a una necesidad práctica o es más bien una tradición cultural?
Viniendo del extranjero, donde se enseña a los niños a cuidar los libros y estos llegan a final de curso sin mayor drama, yo lo tengo claro.
Por eso quizá sea hora de replanteárselo. Dejemos de obligar a los padres a sacrificar un fin de semana rodeados de plástico, tijeras y burbujas de aire, y enseñemos a los niños a cuidar sus cosas de verdad.
Porque seamos sinceros: ¿realmente un trozo de plástico finísimo protege el libro de algo? Piénsalo bien… quizá el año que viene igual te atrevas a replanteártelo.